MADRE
Madre,
dejamos pasar
treinta años con caparazones,
yo rebozada en
rebeldía,
tú colgada de
inquietud.
Te vi reír a
carcajadas
y llorar
a partes iguales,
con el
desequilibrio dado
por la escasez de
tiempo
que desaparecía en
el cuenco de tus manos.
El tiempo que yo
creía eterno
se quebró
entre nuestros ojos
y una máquina de
circulación extracorpórea,
condenada con la última
mirada.
A solas las dos
legaste un Hércules
y doce trabajos a
mi vida:
la mitad en un sofá
y el resto en un
hospital.
No se quién es más
cadáver
ahora,
si tus huesos
incinerados
o mi fuerza
maldecida.
Que no dejaste opción
a ser árbol,
solo cactus al sol
de amplias espinas
y mares de savia
sobreviviendo
entre lagartos y
arena.
Yo que tanto te
amaba
fui mayor al nacer,
leal a tus deseos.
Niña anciana,
grave rostro
y un espíritu pleno
de neuronas nadando
en llanto,
sin besos ni
abrazos,
por la hosquedad de
tu lejana caricia
y tu locura bella,
infantil y viva.
Madre,
quiero calentar
esta frialdad en la piel
que veinte años
después
dejaste eterna con
tu ida,
sin explicaciones.
MARÍA RAMOS GALLARDO. "METALINGÜÍSTICA EN VENA". EDITORIAL LINEAS DIFUSAS. 2016 ©